Todas esas cosas

Este fin de semana me he dedicado a hacer mudanza en el poblachón.  Hace tres años, mi madre le cambió la casa a mi hermana, y ahí hemos estado hasta hoy, que nos hemos mudado a la que previsiblemente será el hogar definitivo al que iremos algún fin de semana de invierno, puentes, y esos veranos tan aburridos y tan descansados que disfruto yo tanto.

zapatillas catapún unmundoparacurraLa primera mudanza, desde casa de mi madre, me la perdí, aunque sería más exacto decir que me escaqueé. Cuando quise llegar de algún viaje que oportunamente me libró de idas y venidas con mantas, sábanas, ropa, y alguna que otra lámpara, me encontré todas mis cosas bien ordenaditas en la que ha sido mi habitación durante dos años. O sea, que aunque se dice que dos mudanzas equivalen a un incendio, eso no es así siempre. Mi hermana no se atrevió a tirar nada, y tal se lo fue encontrando, me lo llevó. Si tienen vds una casa en el campo sabrán de lo que hablo: zapatillas de deporte destrozadas que viven allí olvidadas sin tener ningún uso, botas con borreguito por dentro para días de frio y nieve en los que ni se te pasa por la mente ir al poblachón, precisamente porque hace mucho frío y nieva, cazadoras para el verano que caminan solas, cortavientos de publicidad horrendos que cuando te los regalaron dijiste «bueno, para el poblachón cuando llueve«, camisetas de todos los tamaños y colores, jerseys dados de sí, sudaderas llenas de pelotillas, pantalones vaqueros que ibas a cortar, pero que ya no te entran por mucho que metas la tripa…

Sin embargo, hay otro capítulo mucho más divertido: el de los cacharritos. Se van acumulando cosas, y cosas, y cosas, y cosas, y cosas, y ahí está esa lámpara con un pié que es una cabeza de caballo, y que pesa un quintal, y que ya no se ve por el mundo, colocada en la nueva casa. Las piedras de papá ¡las piedras de papá!, que son dos piedras que mi padre se encontró por el campo una vez y le parecieron bonitas y se las trajo a casa hace como 30 años, y que, oigan, que les tenemos un cariño poco normal, a las piedras. Claro, que también hay una piedra que me traje yo de Islandia, para guardar la tradición, supongo, y también porque por allí no hay muchas cosas que comprar. Los platos de cerámica de Talavera, que ya no sé cómo deshacerme de ellos, también estarán colgados en la pared de la chimenea. El Cristo, ¡el Cristo de la habitación de mamá, que no se nos olvide! El jarrón espeluznante, recuerdo de no sé qué, ya está instalado en el mueble de la entrada. Las matruskas que trajo mi tia Pilar de Rusia ¡en el año 76! adornarán puntuales la nueva librería. El almirez de bronce, que yo creo que sirve para disuadir a los ladrones, igual que el cenicero de mármol, ya están situados en la mesa de centro… ¡Y lo que te rondaré, morena!

– Y esto, hija, ¿Por qué no lo tiras?

– Mamá, ¡es un gong que me traje de Vietnam!

– Pero es muy feo…

– Sí, es muy feo. Acepto dejarlo si dejas tú el jarrón de cerámica…

Para mi sufrimiento, todavía me queda hacer la mudanza de los trasteros. Algún triciclo me encontraré, ya verán. Aunque, esperen, igual tengo suerte: recuerdo que mi padre tenía un hacha…