Hoy es día 1 y toca reseña del libro del Club de Lectura. Este mes hablaremos de un libro de John Irving que se llama, ni más ni menos, La última noche en Twisted River. Si os digo la verdad, no sé ni por dónde empezar la reseña, así es que iré sobre seguro y empezaré por comentar lo que más me ha gustado: lo que más me ha gustado de este libro es el título. Vamos, sin ninguna duda. Lo que ya me resulta muy difícil es deciros qué es lo que menos me ha gustado… Tal vez haya algún spoiler en la reseña, de manera que si el título os parece atractivo y molón, no sigáis leyendo este post. Mi consejo es que tampoco sigáis leyendo el libro, pero allá vosotros, a mí no me digáis luego que no os avisé.
Un cocinero y su hijo viven en un asentamiento maderero del noreste de EEUU, dedicado a la tala y transporte de árboles por el río, en los años 50. El ambiente, por si no os lo podéis imaginar, yo os lo resumo: feo, brutal, miserable y sórdido. El cocinero está liado con una india monstruosa (allí todos son monstruosos), y una noche, cuando la india está a horcajadas encima del cocinero haciendo lo que seguramente estáis suponiendo, el hijo de doce años entra en la habitación, confunde a la india con un oso, piensa que, por los movimientos, se está cenando al padre, y va, le pega un sartenazo en la cabeza, y la mata en el acto. Lo del acto se puede entender de dos maneras, y ambas son correctas, si bien una de ellas es redundante con lo de las horcajadas.
La cosa se habría quedado ahí y no hubiera tenido mayor importancia, si tenemos en cuenta que el niño vive en un sitio en donde es posible confundir a la amante de tu padre con un oso que se ha colado en el dormitorio. El problema es que la india está liada a su vez con el sherif del pueblo, que es una mala bestia además de una mala persona. Así que el cocinero decide prudentemente largarse de Twisted River la noche del título del libro para que el sherif no los mate a los dos, al padre por acostarse con su amante y al hijo por A) confundirla con un oso y B) matarla de un sartenazo. Luego el cocinero va montando restaurantes conforme va huyendo del sherif de una ciudad a otra, el hijo se hace escritor y así, el padre cocinando y el hijo escribiendo, llegamos al 2005 y por fin el hijo se decide a contar la historia del sartenazo (y todo lo que ronda). Por su parte, John Irving decide que ya es hora de ir publicando, que ya llevamos 700 páginas y aquí cabe comentar que es una verdadera lástima que no haya sido éste el primer libro de Irving, porque nos habríamos ahorrado unos cuarenta años de historietas y unas cuantas siestas imprevistas a media mañana.
John Irving, a mi entender, en esta novela hace un ejercicio de metaliteratura. En realidad la historia que nos está contando es la del escritor- hijo, y la novela realmente cuenta cómo el hijo va componiendo sus novelas en función de su peripecia vital hasta que decide abordar y escribir la historia que realmente da origen a su vida, que empieza antes del sartenazo y que se compone de los personajes, el ambiente y las circunstancias que rodean el asentamiento maderero. Así que no deja de tener su gracia que, en una doble pirueta con tirabuzón, Irving le haga decir al personaje que «la tediosa máxima de Hemingway sobre la conveniencia de escribir acerca de lo que uno conoce» tiene como resultado construir novelas «soporíferamente realistas». Lo cual me permite deducir que Irving ignora el significado de soporífero y que su padre nunca tuvo a un oso como amante.
Supongo que le dedicaré algún post en el blog del Club de Lectura para explicar con más detalle por qué el libro me ha parecido aburrido, pesado y por momentos insoportable, eso suponiendo que no me quede sopa sólo de recordarlo. Leer cada dos páginas expresiones como «eres más tonto que la cagarruta de un mapache», en un estilo de lenguaje cowboy de película de serie B americana («oh, vamos, Danny, por los clavos oxidados de Cristo, que no se te crucen los huevos ahora!»), montones de descripciones absolutamente prescindibles sobre dónde están exactamente los sitios o cómo se cocinaba un plato, o la entrada de personajes en las que invierte un capítulo entero contándonos su absurda peripecia para que luego le cuadre una palabra o un detalle en la historia me resulta un abuso del escritor, un alarde de componedor de novelas, que abre una trama tras otra para que luego todo vaya encajando poquito a poco, este detalle aquí, aquel detalle allá y así sentir que ha escrito una compleja historia y reconocerse como un escritor épico. Y yo, francamente queridos, con estas condiciones prefiero hacer crucigramas.
Ya el colmo viene casi al final del libro, cuando la novela llega a 2001 y mete el 11S como a capón y los personajes que dos capítulos antes eran unos analfabetos embrutecidos y bestiales, se marcan unas reflexiones sobre política internacional que no desentonarían en un capítulo de El ala oeste de la Casa Blanca. Como diría uno de los personajes del libro, es una tontería más grande que una montaña de mierda de arce. Pero en fin, para gustos, los colores. Tenéis otras reseñas, algunas de las cuales serán muy positivas, en La mesa cero del Blasco,, en La originalidad perdida y chez Delenda est Carthago. Y a lo largo del mes, en vuestro blog preferido de libros Club de lectura.