Phtirápteros

Vulgo, piojos. Para no tener que ir demasiado lejos, me he pasado por la Wiki, en donde leo que son unos insectos neópteros, aunque si se sigue el enlace no se comprende bien por qué: un neóptero es un insecto con alas sobre el vientre. Y ya lo les faltaba, tener alas. Y si seguimos leyendo, llegamos a donde dice que son unos bichos asociados a guerras, catástrofes naturales y miserias en general, y también a la falta de higiene, al hacinamiento y a la vida precaria.

En el libro de Las Benévolas, de J. Littell, hay un pasaje en donde se describe cómo el protagonista, en Stalingrado, pasa por un lugar lleno de cuerpos enfermos, hombres ya moribundos, y cómo se sabía cuándo uno de ellos había muerto: una sombra negra de miles de piojos reptaba de inmediato hasta otro cuerpo aun vivo, otro cuerpo con sangre de la que alimentarse. Y mi  madre, muy lejos de abonarse a la ficción, me contó en una ocasión cómo en la cola del racionamiento, acabada la guerra, mi abuela tiraba de ella para que no se acercara a un grupo de mujeres porque, decía mi abuela, se les veían los piojos desde lejos escurrirse por su cabeza y por su cuello.

Ya no es un bicho asociado a las guerras, las hambrunas, la extrema miseria o a la falta de higiene. Pero son unos supervivientes, y siempre encontrarán una cabecita donde anidar. Los piojos no saltan, sino que se traspasan de una cabeza a otra cuando hay contacto. ¿Y en qué lugar lleno de gente puede producirse un mayor contacto entre cabezas? Exacto. Luego los niños se los pegan a los padres y por eso yo no descarto que haya gente en las oficinas con piojos. No digamos en el metro o en el autobús, entre otras razones porque hay mucha gente que va a trabajar en transporte público. ¿Pero de dónde salió el piojo original? Pues miren, eso, además de ser una incógnita, casi es mejor no saberlo.

Tendría yo nueve o diez años y me diagnosticaron varicela. Huy, cómo picaba aquello. Se me llenó el cuerpo y la cara de granos rojos y mi madre me avisaba de que si me rascaba se me podría quedar una marca, como así fue. Me picaba todo, incluso la cabeza. Y de pronto, un bichito fue a caer a la almohada. Y mi madre, a pesar de no ser lo que se dice muy valiente para según qué cosas, precavida empezó a investigar por mi cabeza y no encontró nada, aparte de los granos varicélicos. Sin embargo, mi madre es tan lista como cualquier madre (y desde luego muchísimo más inteligente que cualquier piojo), así es que cogió el bichito, lo guardó en un frasco y esperó a que llegara primero mi abuela, y luego una de mis tías para salir de dudas: era un piojo. «No te fíes, le dijo mi tía Manola, si hay uno, habrá más: échale vinagre en el pelo». El piojo, que hubiera podido seguir camuflado entre los síntomas de la varicela, tuvo la torpeza no ya de caerse en la almohada, sino de permitir que lo viera mi madre y que, para colmo, lo atrapara, y eso le llevó a la perdición a él y a todos sus colegas. Y que casi me desgracia la pituitaria si no es porque mi madre tuvo a bien comprar al día siguiente un liquidito que atufaba considerablemente menos. Y yo recuerdo aquella toalla blanca sobre la almohada, en donde iban cayendo los cadáveres, y todavía hoy me dan ganas de pegar gritos y me vuelve a picar la varicela. Casi tanto como el primer día, porque el segundo no sé ya si me picaba por los granos, por los piojos o por el agobio.

Todo esto viene a cuento porque yo creo que a los padres les encanta hablar de los piojos de sus hijos. En fin, no diré yo que sean conversaciones de alto standing ni con mucha profundidad ni frecuencia, pero tengo la impresión de que hoy se considera natural que tu hijo venga a casa con la cabeza llena de piojos. Y no, no es natural: sigue siendo una guarrada. Incluso hay padres blogueros que escriben sobre ello (eso sí, con mucha gracia CLICK) y para colmo, si se te ocurre protestar un poquito, van y se cachondean de ti (click, de nuevo). Así que, en venganza, como yo no puedo contar mi experiencia con hijos, porque no los tengo, y tampoco puedo contar la de mis sobrinos, porque no les dejé entrar en mi casa, pues les cuento esto. Que para que se vayan de mi blog con picores algo de imaginación sí me queda.

Y ahora les dejo, porque voy a darme una ducha, a lavarme el pelo por segunda vez en el día y a rascarme un poco.

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