Y había que incluir en la presentación de cada uno un secreto inconfesable para crear un clima de confianza que, por otra parte, ya nos traíamos de casa. Y hubo quien quiso argumentar que, por definición, todo secreto es inconfesable y al compartirlo deja de ser las dos cosas, aunque la mayoría no se entretuvo en matizar que lo que estaba compartiendo era, como mucho, una afición desconocida para la mayoría.
– Hombre, tanto como inconfesable…
Nunca he tenido el blog en secreto, ya lo he contado muchas veces. Cada cual hace lo que quiere y tiene sus razones, pero no digo en este blog nada que no pueda defender a la cara, ni nada que no me permita darla. Y por otra parte, está el pecado de vanidad, que es mi favorito y del que soy fan declarada y mi relativamente poco desarrollado sentido del ridículo, que me parece un sentido propio de personas inseguras. Metan todo esto en un cóctel y comprenderán por qué este blog no es un secreto inconfesable. Ahora bien, de eso a irlo vociferando por ahí va un mundo, y al final, la existencia del blog queda oculta entre otras aficiones más comprensibles por aquellos que me conocen menos. Y por eso tengo la sensación de que si no lo digo yo personalmente, nadie lo sabe. Pero me equivoco, y donde menos me lo espero me encuentro a un lector. A un lector conocido, que siempre es un lector curioso.
La mayoría de las veces me quedo un poco pasmada cuando alguien me dice que me lee. Personas que no son blogueras, y a los que no imagino guardando el blog en favoritos, o tecleando la dirección. Personas que no sabes cómo han podido enterarse y que tampoco entiendes mucho por qué te leen, porque siempre has pensado que no les interesabas en absoluto. Y muchos entran de vez en cuando y se leen un montón de post de una tacada, lo que no deja de parecerme una tortura. Como me dijo mi querido Alfredo, me leen si lo que ponen en la tele es un rollo, algo con lo que no sé si debo ponerme muy contenta (Alfredo, a quien debería hacer personaje permanente del blog, es especialista en dar sopapos muy divertidos, incluso para el que los recibe…) Y luego te recuerdan una frase perdida que has escrito hace un mes y tú ni te acuerdas, y tratas de seguirle la corriente hasta que notas que se te nota y entonces empieza a preocuparte que piense que este blog no lo escribes tú. Incomodísimo. Porque esto es así: yo no me acuerdo ni mucho menos de todas las tonterías que he escrito. Y otro clásico es «tienes que hacer un post sobre eso», y te lo sueltan así, como si en el blog yo escribiera siempre lo que quisiera y no lo que me viene por su cuenta a la cabeza. Claro que esto es muy de agradecer, denota que me tienen confianza, pero las pocas veces que lo he hecho me ha salido fatal. Así es que ya sabéis: si queréis que escriba sobre algo, mejor no me lo digáis.
Ah, y tampoco me preguntéis eso de «Oye ¿Esto no se te ocurrirá ponerlo en tu blog?» Pues claro que no, hombre, mujer, claro que no. A ver, Maria Antonia ¿Cómo voy a poner en el blog que le pones los cuernos a tu marido? ¿Cómo voy a decir, Luis Alberto, que el chicle que llevaba el jefe pegado en el pantalón se lo habías puesto tú en la silla? Por favor, no soy tan irresponsable. Y aunque lo fuera, qué más da: total, si esto no lo lee nadie…