Por fin, el tranvía nos dejó a unas tres manzanas del hotel. No había un alma por la calle. Necesitábamos relajarnos, y nos propusimos cambiarnos y luego ir a tomar algo, aunque una vez en el hall nos dimos cuenta de que estábamos demasiado cansadas y pensamos que lo más sencillo sería tomar un café, aunque todo parecía cerrado.
Y fuimos a tomar café.
Se puede tomar café de muchas maneras: solo, cortado, con leche. También se puede tomar sentado, de pié, tumbado. Se puede tomar café en compañía, en pareja, sólo. Se toma café en un bar, en un restaurante, en tu casa. A media tarde, en el desayuno, después de comer o de cenar. El café es una bebida muy versátil, que permite muchas combinaciones: con hielo, con güisqui, con anís. Es una bebida social, que permite tomarlo en cada momento del día. Cuántos tratos no se habrán cerrado gracias a una conversación y un café, cuántos nuevos amigos no se habrán hecho en torno a un café, cuántas confidencias no se habrán susurrado alrededor de una taza de café. Se puede acompañar de magdalenas, o de palitos de chocolate, o de galletas de coco. Y siempre sienta bien, el café.
Nosotras elegimos a touch of class.
Nos fuimos a un Seven Eleven que había un par de manzanas más arriba del hotel, lo preparamos nosotras mismas, con nuestras propias manos, en la cafetera; de camino a la caja, echamos el azúcar que extrajimos de un bote azucarero y le pagamos a un mozo somnoliento con gorrilla colorada con algún billete mientras, respetando la cola entre nosotras, agarrábamos nuestros vasos de plástico – con pajita y con tapita – con solemnidad y donosura.
A la solemnidad y a la donosura, yo le añadí una pizquita de resignación.
Y como no era cosa de quedarse en un supermercado a degustar un sencillo café, nos fuimos a la calle. Y como no íbamos a sentarnos en el suelo, nos fuimos a la parada del autobús más cercana a disfrutar de nuestro café. Una cosa nos llevaba a la otra. Es lo que tiene ser gente con clase, que las extravagancias se hacen con la mayor naturalidad.
En aquellos banquitos infames de la parada era imposible relajarse, pero por si acaso, a Susana le dio un ataque en el cerebro reptiliano y, según se aproximaba un autobús, nos hizo salir corriendo porque había un borracho enfrente que nos había mirado. Y es que, a mitad de cafeína, había tenido un sueño: el borracho se nos acercaba, sacaba una Mágnum del 44 y nos dejaba fritas como pajaritos allí en medio, mientras los pasajeros del autobús salían despavoridos y gritando ante el espectáculo de la sangre. Y al día siguiente, el periódico local titulaba en su portada: “Maniaco mata a cinco excéntricas”.
A touch of class.
Cuadernos de viaje.