Paula, de Isabel Allende

Paula Isabel AllendeEste libro es el que nos hemos leído este mes en el Club de Tortura, digo de Lectura, ese club increíble en el que cinco apasionados (e impenitentes) lectores leemos hasta el final libros que de otro modo dejaríamos para otro ratito. En el caso de Paula, yo tenía en la cabeza que ya lo había leído, pero al empezarlo me di cuenta de que no: ése era un libro que había abandonado.  Una pena, la verdad, porque habría podido incorporar mucho antes a mi limitado vocabulario la palabra bluyines, que me fascina. Leer que la autora miró en el interior de un closet y apenas ve dos bluyines, o que abrió la puerta un hombre en bluyines y que respiró aliviada al ver que llevaba un collarín de sacerdote (sic), y yo voy y me lleno de jolgorio. Y me imagino a mí misma diciéndole a mi sobrino: ¿Tú vas a querer que te compre unos bluyines o prefieres otro regalo? Claro que si a mi sobrino se le ocurre contestarme que sí, y que quiere unos bluyines lavados a la piedra, yo dejo el jolgorio de inmediato y me voy corriendo a buscar el termómetro porque una situación así me parece cercana al delirio.

¿Por dónde iba? Ah, sí, que les quería hablar del libro. Pues bueno, psha, no está mal. ¿Saben qué pasa? Pues que lo he cogido con desgana, no me apetecía ni un pimiento leerlo (se ve que hace años me debió de pasar lo mismo). Se trata de un libro muy conocido, así es que seguramente muchos de vds habrán leído. Es una historia real: Paula, hija de la autora, cae en coma debido a la porfiria (no, yo tampoco tenía ni idea de lo que era, si eso hagan CLICK AQUÍ) y su madre para distraer la espera empieza a escribirle una carta contándole su vida. Si eso lo hago yo me salen cuatro hojas, pero si lo hace Isabel Allende se va liando y liando, y en el batiburrillo le salen 366 exactamente. En fin, iré por partes que tampoco quiero ser injusta.

Isabel Allende nos cuenta su vida, tal cual, y la intercala con la enfermedad de su hija. Pero realmente, la enfermedad de su hija casi es lo de menos. Sí, es muy triste, cómo no, pero sencillamente es el hilo conductor para que la autora nos cuente su vida. O sea, que si a su hija no le hubiera pasado nada pues yo creo que no nos habríamos librado de que I. Allende nos la hubiera contado de todos modos, aunque lo hubiera hecho en otro momento y con otro hilo conductor. Y su vida, pues hombre, está bien, tiene su interés, pero tampoco es como para tirar cohetes. Se trata de una mujer que debido a la profesión de su padrastro, y luego al golpe de Estado en Chile de 1973, y luego a muchas otras cosas, vive en muchos países, pero por lo demás, muchas de las cosas que le pasan le han podido pasar a cualquiera, salvo un episodio de abusos ciertamente desagradable cuando tenía ocho años. Lo que pasa es que esta mujer te convierte en una experiencia intensa, conmovedora y llena de significados esotéricos beberse un vaso de leche y darle las buenas noches a su abuelo. Y claro, ya puestos en ese plan, tus referencias se alteran de tal forma que una cacería de cocodrilos te parece un suceso menor.

Sí me ha resultado interesante la parte del libro en la que cuenta la llegada al poder de Salvador Allende y el golpe militar, con todo lo que vino después. Que ella, por otra parte, sólo puede contar en primera persona por poco espacio de tiempo, porque se exilia a Venezuela un par de años después de la llegada al poder de esos borricos. Con todo, se intuye que sabe más de lo que cuenta y que aunque nos dice que la relación con su tio es lejana, sí debía tener unas relaciones que le han permitido conocer de primera mano muchas cosas. Pero luego hay pasajes que son auténticamente soporíferos, en donde te puedes encontrar de pronto con alguna descripción humorística que te deja pensando si no lo estás leyendo tal vez demasiado rápido.

Pero sobre todo hay algo un poco fastidioso, y es que se empeña en dotar a su vida y a su familia de un halo espiritual, enigmático y un poco sobrenatural que ya nos ha contado en La casa de los espíritus. Vale que nos dice que muchas de los personajes de ese libro fueron inspirados por familiares, pero mira, si a eso vamos, yo también te puedo hablar de la magia de mi abuela (y no digamos de mi madre cuando se pone el respirador) y del carácter recto, tenaz y bondadoso de mi padre. Quiero decir, que de vez en cuando nos presenta situaciones perfectamente normales envueltas en una parafernalia de chorradas pseudomágicas que no es que le quite credibilidad al relato, es que lo llena de frivolidad y de impostura. Pretende el misterio y encuentra el ridículo, porque se supone que está contando algo veraz. Pero bueno, tú te vas tomando la cosa más o menos como una chifladura de escritora hasta que se te descuelga con una reflexión de este pelo sobre un chico del que se enamora: «descubrí que era un Géminis algo inestable… si hubiera estudiado astrología… habría observado su carácter y actuado con más prudencia». Y mira, a partir de ese momento, cada vez que te habla de alguna experiencia sobrenatural de las suyas, tú te la imaginas disfrazada de Mickey Mouse en Fantasía acarreando cubos de agua y bailando con escobas.

Pero bien, se deja leer y distrae si no te tomas demasiado al pie de la letra las aventuras terrenales de Isabel Allende. No obstante, sí hay que respetar y alegrarse por que escriba un libro para fijar la memoria de su hija, algo que no cabe duda que realiza con éxito (Isabel Allende es una autora muy leída, no solamente con este libro, aunque también).

Os dejo con un párrafo que me hizo gracia y os recuerdo los links donde podréis encontrar otras reseñas sobre el libro: La mesa cero del Blasco, Lo que pasa en mi cabeza, La originalidad perdida y, este mes, creo que un nuevo acompañante en Delenda est Carthago.

Madrid me trae malos recuerdos, aquí he pasado penas de amor que prefiero olvidar, pero en esta desgracia tuya me he reconciliado con la ciudad y sus habitantes, he aprendido a moverme por sus anchas avenidas señoriales y sus antiguos barrios de callejuelas torcidas, he aceptado las costumbres españolas de fumar, tomar café y licor a destajo, acostarse al amanecer, ingerir cantidades mortales de grasa, no hacer ejercicio y burlarse del colesterol. Sin embargo aquí la gente vive tanto como los californianos, sólo que mucho más contentos»