Esta es Curra después de un chute de Urbasón. Un par de horas antes también le habían puesto un chute de antirrábica, que por lo visto no le ha sentado muy bien. Digo yo, porque más que un perro, me he encontrado una vaca al llegar a casa.
No es la primera vez que le pasa esto. Hace unos años también le dio alergia una vacuna (que yo creo que fue también la de la rabia, pero no podría jurarlo). Hubo que salir corriendo a Urgencias con ella, porque nos dimos cuenta a las 12 de la noche. Y aquella vez fue peor porque tenía hinchadas hasta las orejas. Ahora lo recuerdo y me río, pero menudo susto nos llevamos. Desde entonces la vacunamos por la mañana o a primera hora de la tarde, por si acaso tiene alguna reacción y mira, hacía mucho…
Y es que a Curra le pasa de todo. Aparte del atropello, que ya se lo conté en una ocasión, y de tener las patas traseras muy delicadas, siempre tiene algún achaque, eso por no hablar de los porrazos que se pega ella sola porque es muy despistada. A veces se autolesiona como una boba, por rascarse o por chuparse. Ha tenido el culo pelado por los nervios: se chupaba y mordisqueaba, y por detrás parecía la mona chita. Una pasta nos cobraron por llevarla al psicólogo perruno, aunque en realidad se trata más bien de una charla que le dan al dueño, porque lo que hay que hacer cuando se rasca por vicio no es regañarla, sino tirarle una pelota. Ya ven qué cosas. Incluso en una ocasión le pico un mosquito (¡Un mosquito!), y le salió un bulto como una naranja en el lomo. Les contaría cómo se lo reventó la muy bruta, pero mejor no, que este post lo escribo antes de la cena y aquel día ya me dio el desayuno…
En fin, está todo bajo control: está contenta, no tiene fiebre y no le pasa nada de particular, salvo que tiene los belfos todavía algo hinchados. Ha mutado un poco pero no hay que preocuparse, que mugir, no muge.