Tal vez debería inaugurar una nueva sección con el tema aviones, y vuelos en general, aunque ya pasé la época en la que casi vivía en un aeropuerto, y me desplazaba de un país a otro constantemente. Y para cuando llegué a ese puesto, en el que se viajaba tanto, ya tenía la tarjeta platino, así que calculen vds que tampoco era una novedad para mí lo de coger un avión. Llevaba siempre muchos juguetes encima: un libro, otro de sudokus, una DS, la ipod, la prensa, y papeles de trabajo para leer. No solía viajar con ordenador, siempre me negué. Primero porque me parece un incordio, y luego que la imagen del señor con corbata mirando aburridamente sus hojas de cálculo o revisando sus emails ya leídos me parecía (y me parece) una imagen de la esclavitud moderna. O como decía un compañero, eso es de mindundis: los que mandan de verdad, cogen vuelos a las 9 de la mañana y van con el ABC y un attaché ligero. En fin, que siempre me pareció mucho más elegante esperar un vuelo leyendo un periódico un libro o un informe, especialmente si llevas zapatos de tacón. La DS la dejaba para el hotel, que una cosa es el desenfado y otra el frikismo.
Tampoco fue hace tanto tiempo aquella época en la que la maleta era una extensión de mi brazo: aquella pesadilla terminó en mazo del 2009. Pero desde entonces, el mundo tiene twitter, ipads, y una oferta de readers que permite aligerar mucho la cantidad de juguetes que llevas en el bolso para distraer las esperas.
¿Las esperas? Cualquiera que me conozca sonreiría con esta frase. Apenas espero en los aeropuertos, si no es por un retraso del avión, algo que no es poco frecuente. Soy de las que va siempre con el tiempo justo, porque creo que una eventualidad te hace perder un avión, sí, pero no siempre se dan eventualidades. El impacto del riesgo es serio, pero la probabilidad no es alta, así es que yo prefería apurar mi tiempo en la ciudad o en la oficina, o en mi casa. Que yo recuerde, he perdido tres vuelos en mi vida, y uno de ellos fue porque me equivoqué de tren (eso no sé si a lo he contado). Pongamos que no me acuerdo de alguno, así es que habré perdido cuatro. Eso no es mucho, lo que me confirma que tengo razón. Eso sí, anécdotas de «por los pelos» tengo un montón.
Y lo que es la vida: hoy he llegado al aeropuerto con dos horas de adelanto porque me habían cancelado una reunión. La máquina no me daba la tarjeta de embarque por alguna razón y me he acercado al mostrador. He cogido la última plaza disponible: un enfermo urgente debía ser trasladado, y se han perdido unas cuantas filas que normalmente deberían haber estado disponibles. Lo que ya no sé es si me han dado esa última plaza por haber llegado con dos horas de adelanto o por haber argumentado que, con dos horas de adelanto, me consideraba con derecho incluso a que me fletaran un vuelo para mí sola.
Pero la espera no ha sido inútil. ¿La prueba? Pues esta entrada, ¿qué más quieren?