Donde quiero yo llegar es que todo modelo tiene un límite. Ni los ingresos pueden ser infinitos ni los costes pueden ser cero. En algún momento hay que recolocar el contador, hay que refrescarlo. Hay tendencias que, o aceptas que se renueven, o quiebran y son irrecuperables.
Reduces, reduces, reduces… Y al cabo, lo pierdes todo. Porque te pone en su sitio un accidente. O lo que no es un accidente. Porque cuando el gafotas te dice que tienes que quitar dos personas del departamento de calidad, o que sobran tres supervisores, o llega el consultor con su bonito powerpoint a contarte que eso mismo se puede hacer con menos… eso no es un accidente. Eso es olvidar el oficio y pretender llevarse la última peseta, cuando todos sabemos, porque nos lo enseñaron nuestros padres, que es mejor que la última peseta se la lleve otro.
En la aduana de China, la tarta de chocolate llevaba heces. Tenía que ser, precisamente, la tarta de chocolate, no podía haber sido la de crema. Así es que además de la librería Pili y el sillón Songherl, tenemos la tarta Mierden. Un proveedor que no levantará ya cabeza. Pero el distribuidor tendrá que recuperar su reputación, y ese gasto no compensará jamás el ahorro marginal que pretendía el consultor gafotas o la sala de compras que llevó al límite al proveedor. Es sólo un ejemplo, que además deberá ser explicado, pero me vale para el razonamiento.
El cliente tampoco es inocente. Hace unos días yo hablaba aquí de los vuelos low cost, en donde llevan a la gente como ganado. La cultura del low cost, del barato barato, tiene estas cosas. Para vender barato hay que fabricar barato. Para fabricar barato tienes que ceder calidad. Vamos aceptando que baje la calidad porque nos lo sirven al mismo precio, o a un precio menor. Pero hay un límite. Cuando se sobrepasa ese límite, ya no hay controles que valgan, porque tarde o temprano un espabilado aceptará que se redondeen los gramos de ternera con carne de caballo. Nadie mira, nadie compara, nadie comprende el sabor, sólo es relevante el precio. Nadie quiere pagar el coste de la calidad, ni el de los controles, que son costes escondidos cuyo beneficio está en la sombra y sólo aparece cuando falta escandalosamente. Nos dan gato por liebre, y estamos encantados con el gato, porque es barato y se parece a la liebre. Hasta que aparece la pelagra.
Ni la empresa aceptará ganar menos ni el cliente aceptará pagar más. Mientras tanto, nuestro funcionariado local y europeo seguirá apilando normas. Y el estratega recomendará poner muchos cartelitos para decir que lo primero es el cliente, tal vez en el sobreentendido de que lo primero es el margen. Y el cliente recomendará el chollo que ha encontrado cuando lo que ha comprado es, además de la librería Pili, la tarta Mierden. Y así, hasta que la tendencia se quiebre.