El gorrón del pueblo

Sanchez Gordillo unmundoparacurraSánchez Gordillo es como ese gorrón que se te presenta en casa un domingo a las dos y te deja sin merienda. Naturalmente, llega sin ser invitado, porque los gorrones son esa clase de gente a la que conoces desde hace mucho pero a la que sólo has invitado una vez. La mezcla en la sangre de un gorrón contiene tacañería y desahogo a partes iguales, aunque entre las clases más ignorantes e iletradas de la sociedad, su verborrea no se detiene ni siquiera cuando tiene la boca llena. Y así, vas viendo como la tarta que habías comprado y que reservabas para compartir con tu familia a media tarde se desmigaja entre los pocos dientes que le quedan a ese gorrón sinvergüenza y caradura, mientras te cuenta, entre los hipos del atracón, lo cara que está la vida.

Sanchez Gordillo no ha creado riqueza en su vida, ni sabe lo que es poner en riesgo de pérdida bienes y haciendas. Como el gorrón, no ha venido a casa con una barra de pan y unas cocacolas, sino que ha abierto la nevera, ha cogido la sobrasada, y se ha puesto a extenderla sobre el pan de molde que te ha birlado de la despensa. Después de untar generosamente su rebanada, se pone con las del resto preguntando siempre antes a los dueños de la casa si gustan, con una sonrisa que parece cortés pero que en realidad no es más que puro choteo, porque la sobrasada y el pan de molde es tuyo. El colmo de la imagen delirante del gorrón es ésa en la que nos dice: “Pero pruébalo, hombre, que está muy rico”.

Supongo que todos sabéis por qué hablo hoy de este robaperas con iphone. Sánchez Gordillo nos entretuvo este verano montando un road show casposo y tercermundista que consistía en robar en supermercados gritándole a la cajera en la oreja eso tan convincente de “tó p’al pueblo”. También asaltaba fincas para darse un chapuzón, que las piscinas forman parte del capital y la lucha incluye tirarse a bomba. Y ahora el TJSA ha archivado la denuncia alegando que sólo quería convencer a los trabajadores del Mercadona “sin más arma que la palabra, el ruído o la presencia física”.

¿Ruído? No, hombre, no, eso sí que no. Hubieran hecho ruído si, de verdad, hubieran cumplido su palabra: “te tiramos todo lo que hay por ahí y vas a tener que poner a trabajar veinte días a la gente. Me has entendido ¿no?». De hecho, la pregunta final indica claramente que estaban hablando bajito. Viniendo de este friki del Neanderthal, en realidad sólo se podría considerar amenaza lo de tener que trabajar veinte días: su paraíso mental de la pobreza y la ignorancia no incluye madrugones. Ni indignarse en invierno, que hay plenos a los que acudir y muchas dietas que cobrar.

Hay días en los que me da por pensar que este país no tiene remedio.