La gotera y el Cañon del Colorado

Es reincidente. No ella, sino su fontanero. Y la chapucería de un fontanero se mide del mismo modo que la maldad en un delincuente: por su reincidencia. Y a diferencia del delincuente, al fontanero le siguen llamando para que vaya a las casas en donde cometió su última fechoría.

Hace un par de años si no salimos en barco es porque en el aseo de la cocina no cabe ni un flotador de patitos, pero el agua chorreaba por las paredes. En realidad el desastre no se veía, porque ocupaba todo el techo, pero se conoce que al lavarme las manos me cayó un goterón en la nariz, que no es que me sobresalga mucho de la cara pero siempre está ahí para olerse la tragedia. El cuarto de baño también se vio afectado a pesar de estar en la otra punta de la casa, de lo que yo deduzco que el fontanero al que habían encargado esa parte de la reforma es un tipo concienzudo.

Lo de siempre, que se seque, que venga el seguro y que se pinte. Así es que la semana pasada eché la culpa de los desconchones que habían salido al pintor del seguro. Otro chapuzas, me dije. Entonces llamé a un pintor de confianza para que lo arreglara de inmediato, porque se puede vivir con el techo un poco arrugado, sí, pero miren, bastante tengo ya con reparar mis propias arrugas y  además, el cuarto de baño es un lugar del que se intenta siempre salir  mejor de lo que se ha entrado. Pero a lo que iba: en realidad los desconchones eran como el silencio de la selva cuando se acerca la marabunta. El miércoles salió la gotera, que es enorme aunque no tanto como para no dejar testimonio del blanco del techo. El nuevo aporte de color tendría un pase si fuera uniforme, pero la gama va desde el triste grisaceo de la humedad hasta un amarillo amarronado que, teniendo en cuenta el emplazamiento de la catástrofe, sólo me deja la alternativa de rezar para que se trate del minio de alguna tubería.

Anoche la gotera empezó a reivindicarse con sonidos. Un «plac-plac-plac» que seguía una cadencia lenta pero inquietante. Y el plac-plac-plac de toda la noche que se ha convertido en un «catacloc»: tenemos un agujero en el techo y una cacerola en el suelo para recoger el agua que va cayendo. Ahora el sonido es «cling-cling-cling», mucho más sinfónico, dónde va a parar, ya vamos mejorando.

Así es que les confirmo que lo de la erosión del agua que estudiamos en el cole es cierto, y que lo del Gran Cañón del Colorado es, a fin de cuentas, una gotera mal arreglada.