Yo no entiendo mucho de toreo, aunque sí me gusta ir a los toros. Pero me gusta ir a la plaza, que verlo en la tele es una de las cosas más aburridas que existen, si exceptuamos los partidos del Real Madrid en esta liga que acaba de comenzar (no me hablen). Y como vivo en Madrid, pues la plaza que me toca es la Monumental de Las Ventas, una plaza en la que, por San Isidro, no se va a ver torear sino a tomarse un whisky. Hace ya algunos años que no voy, pero el ambiente de las últimas veces no tenía nada que ver con el que había cuando me llevaba mi abuelo, un señor muy serio en los toros con el que había que estar con la boca bien cerrada, que aquí no se viene a decir majaderías ni mucho menos a gritar por ningún susto.
Yo vi torear a José Tomás en la plaza de toros de Avila con mi madre, hace sus buenos diez años. Compartía cartel con Joselito y Espartaco, que volvía creo de estar apartado por una grave cogida, o tal vez por alguna lesión. El caso es que la corrida se publicitó en el poblachón con antelación suficiente como para podernos hacer con unas entradas. La verdad es que tanto mi madre como yo teníamos mucho más interés en ver a Joselito que a José Tomás, que ya por entonces era un gran torero pero que no había alcanzado esa aura de misticismo con la que se le trata ahora y que para mí está provocada, además de por sus condiciones indiscutibles, por una muy sabia dirección de su carrera profesional – lo que por otra parte dice mucho (y bueno) de la inteligencia de este hombre.
De la corrida recuerdo el frío, a pesar de haber cogido tendido de sol – una no se acaba de acostumbrar a los fríos polares de la provincia de Avila -, una faena irrelevante de Espartaco y otra buena de Joselito (yo diría que le dieron una oreja), con un natural mirando al tendido muy chulo y sobre el que puedo dar fe de que no estaba mirando de reojillo al toro, que a veces hacen trampas y con razón, que el toro no se quita los cuernos porque deje el torero de mirarlos. Pero lo que recuerdo perfectamente de aquella corrida en Avila es a José Tomás de espaldas a nosotras, a unos diez metros, tapándonos la cabeza del toro con su cuerpo. Se puso la muleta delante y le citó. Me recuerdo preguntándole a mi madre “pero ¿por dónde va a pasar el toro?”, y la respuesta de mi madre, a la manera del abuelo: “calla”. Y el toro pasó, aunque yo sigo sin comprender muy bien cómo y sobre todo, por dónde, porque él no se movió del sitio.
También podría contar cómo es la plaza de toros de Nimes, a la que fui dos años consecutivos invitada por unos buenos amigos franceses. La plaza es rarísima porque, además de ser ovalada, está construida sobre las ruinas de un antiguo anfiteatro romano. O sea, que tú vas por los vomitorios y te parece que te vas a cruzar con un gladiador de un momento a otro. Pero eso tal vez lo cuente en otro post. En este me conformo con contar que he visto a José Tomás y que he visto la plaza de Nimes, aunque para saber lo de ayer, haya tenido que leer un periódico.