Ayer domingo, cuando volví a mi casa de Madrid, besé el suelo del recibidor. A ver, es un decir, que esto pretende ser un inicio literario, no literal. Realmente, ni caí de hinojos ni me puse como una mahometana cualquiera a dar con la cara en el parqué, entre otras razones porque ese suelo lleva un mes sin que se le pase una triste mopa, pero vds ya me entienden. Que bendije mi casa, vaya, mi amado Madrid, mi adorada rutina y mi querida vida normal.
Hace años, partía las vacaciones hasta el punto de no saber por la mañana qué tenía que hacer, si ponerme el traje de baño o el de chaqueta. Ahora lo que hago es cogerme cuatro semanas, porque dos es poco, tres es lo ideal y cuatro es demasiado, y yo opto por el demasiado y así me encanta volver. Esto, que puede parecer irracional, es racionalísimo, y a las pruebas me remito: ayer abrí con arrebato la puerta de mi casa y hoy he ido casi enardecida- aunque algo empanada – a trabajar.
Tengo un montón de cosas que contarles, y si tienen paciencia tal vez para fin de año se hayan hecho una buena composición de lugar sobre lo que ha sido mi veraneo 2012. Pero alternaré vivencias pasadas con ocurrencias presentes, no se den de baja todavía, por favor. Porque aunque ya les he ido adelantando el veranito que me han dado los bichos rurales, les tengo que contar cosas sobre el Pueblo inglés, sobre el estrés que me provoca el renacer del Feisbuk en mi vida (oh, señor, otra red social que alimentar), mis avances en materia de padel, mi regreso al Gin Tonic simplificado, mi «ingreso» en otro club de libros (y será el tercero, con la consiguiente desazón ante mi velocidad lectora), el descubrimiento de un museo, mi odio cada vez más africano por las piscinas,mi renovado amor por el poblachón, mis paseos mañaneros por el pinar, mis placenteras siestas, mis problemillas de cobertura, y hasta puede que les hable de incendios y de cabrones.
En fin, que lo más probable es que tenga que hacer un planning porque luego llega el largo invierno y hay días que no sé qué contarles, y así me pasa, que me abandonan, no me leen, no me recomiendan, no me quieren, no me comentan y… y no sigo por no parecer Calimero. Hablando de Calimero, a constatar la factura del verano: me fui con 58,5 y he vuelto con 61,2 kilos. Sólo os diré que me ha salido una segunda lorza, se ve que la piel de la primera no da de sí como para albergar más bambas de nata, más patatas revolconas, más cervecitas y más pan de chapata. Pero de esto ya hablaré en otro post, les ruego no se ensañen en los comentarios.
Bienvenidos al nuevo curso de Un mundo para Curra. A ver si nos podemos reír, aunque sólo sea un poco.