Tengo coche nuevo. Será el sexto coche que tengo, el quinto que estreno y el cuarto que saco del concesionario. En puridad, el primer coche del que dispuse fue el de mi padre, un Renault 12 blanco que yo creo que no me quedaba muy bien, pero ¿qué podía hacer, si no tenía otro?. La primera vez que conduje aquel coche (realmente lo movi un poco nada más) fue en el garaje del poblachón. Mi padre me había enviado a recoger algo, y yo lo arranqué y metí marcha atrás, para ver qué tal. Me pilló, claro, y cuando me bajé del coche me dió un cachete en la cabeza, esos cachetes que no duelen, que solo despeinan. Yo creo que estuvo riéndose tres o cuatro días, y no le sorprendió mucho que no se me calara. Y es que no tenía el carnet pero ya sabía conducir. Me había enseñado un novio que tenía entonces, primero con el coche de su padre, que era automático, y luego con el suyo, un Simca 1000 (no vale hacer bromas…).
El coche que más ilusión me hizo fue, claro, el primero que me compré, un Lancia Delta rojo. Realmente no lo elegí yo, sino que me lo eligió mi cuñado, que me convenció para que me comprara ese coche tan macarra. La verdad es que tampoco me pegaba nada aquel coche. Mi amiga Ana C., que sé que me lee, se acordará de aquella matrícula capicúa, M-LG. Es cierto que era un tiro, y un coche divertidísimo, pero lo acabé vendiendo porque me costaba más que un hijo tonto. Una de las muchísimas veces que lo llevé al taller le dije al mecánico que me parecía que el coche gastaba mucho aceite. Sin inmutarse me contestó «bueno, pues le echaré más». Así es que entre eso, y que no me quedaba bien, lo cambié por un Honda Civic blanco. Ese sí me quedaba monísimo y fue un coche maravilloso incluso después de vendérselo a un buen amigo.
Según mi sobrino, que me ha acompañado al concesionario, este nuevo me queda mucho mejor que el que tenía hasta ahora. Claro que no puede decirme otra cosa distinta, porque fui con él a probármelo. No les puedo decir cuál es la opinión de mi madre porque hoy ha hecho como en las seis veces anteriores:
– Mamá ¿Quieres bajar a verlo?
– No, hija, ¿para qué? Ya lo veré…
En fin, cuando lo he sacado del concesionario era blanco. A ver cuanto tardan las palomas en decorarlo…