Historias de finales

Se acabó, y si eso, ya será el año que viene. El Bayern de Munich acaba de eliminar al Real Madrid en semifinales de la Copa de Europa. En los penaltys, después de un partido angustioso en el que las hemos pasado canutas. Tan canutas, que hemos terminado perdiendo. Y esto es el Madrid, un equipo para el que lo normal es jugar la copa de Europa y el fracaso es no ganarla. Yo las seis primeras copas no es que no las recuerde, es que no las puedo recordar. Y no por una imposibilidad física, sino por una imposibilidad metafísica. Que no había nacido, vaya. Pero las tres últimas las recuerdo perfectamente y se las voy a contar.

La Sèptima la vi en un bar con amigos. Ellos también lo recordarán. No diré que lloré, porque no he llorado nunca por el fútbol, pero los ojitos vidriosos sí que los teníamos todos. Aquel gol de Mijatovic. El bar está (sigue estando) en José Abascal y cuando terminó el partido, fuimos a Cibeles andando. La Castellana cortada desde antes de Colón, todos hacíamos el mismo gesto: una mano extendida, y el índice y el anular de la otra en señal de victoria, pero también en un gesto que en conjunto significaba 7. Cuando ya llegábamos a Cibeles, empezó a haber movida. Mi amigo Ricki me cogió del brazo y nos sacó del peligro de una avalancha. Teminamos pegados a la pared del antiguo Ministerio de Ejército rodeados de antidisturbios, viendo volar piedras. Los policías nos decían que nos fuéramos al metro y nos quitáramos de enmedio. Yo me quedé protegida por otro amigo, Alfredo (que llevaba traje, corbata y ¡cartera!), mientras Ricky heroicamente se fue a inspeccionar la boca, para ver si se podía entrar o había demasiado barullo. Mientras tanto, la policía nos decía que saliéramos de ahí, que iban a cargar. Y Alfredo se encaró con ellos. Más o menos les vino a decir que si no podían garantizar nuestra seguridad, de allí no nos movíamos y que prefería un porrazo de la poli a una pedrada de los linchas, esa gentuza que celebra las victorias de su equipo rompiendo mobiliario urbano, quemando coches y exhibiendo su beodez en la tele de turno. Casi nos detienen, y nos hubieran hecho un favor, la verdad, era casi lo menos arriesgado dentro de aquel follón. Acabamos la noche tomando copas por Quevedo con más amigos, lejos del lío, y acostándonos a las mil y monas. Y felices.

La Octava no la vi entera, y solo tengo en la memoria el último gol de Raúl. La vi con muchos amigos, pero en esta ocasión porque veníamos todos de un funeral. En una terraza cerca de San Antonio de la Florida habían instalado unas pantallas y allí estuvimos más o menos entretenidos, sin mucho cuerpo para fútbol, la verdad. Recuerdo el gol de Raúl, aquel en el que se escapó, se recorrió medio campo y marcó, sobre todo porque a mi amigo Javi, que es de los que preguntan si el Madrid es el que va de blanco, le pareció un gol emocionantísimo porque Raúl corría mucho y casi le pillan los de naranja. Tuvimos la feliz idea de ir a tomar algo al Independencia, en la Puerta de Alcalá, sin caer en la cuenta de la cercanía de la Cibeles. En la calle de Serrano nos encontramos con los disturbios y sus correspondientes antidisturbios. De nuevo, con el cuerpo pegado a la pared, dejamos pasar la avalancha y salimos de allí pitando. Terminamos tarde, eso sí.

Y de la Novena solo recuerdo el gol de Zidane. Díganme: ¿Ustedes serían capaces de recordar alguna otra cosa?