¿De qué le conocía? Realmente, de nada. O como un día alguien, lleno de razón, le contestó no sé si a @la coronel o a @Lupe: «¿Cómo que no te conozco de nada? ¡Te conozco de tuiter!«. Aquello se me quedó grabado en el cerebro.
Suelen ser conversaciones que sabes efímeras. Casi siempre intrascendentes. Yo del Madrid, tú del Barça, aquel del Atleti. Vengo de la peluquería, estoy en un atasco, el niño tiene mocos. El gobierno es idiota, la oposición es idiota, los políticos han hecho, de nuevo, una idiotez. Discusiones muy animadas y algún que otro enfado se pasea por tu pantalla. Fina ironía y pellizcos de monja se alternan con palabras gruesas y algún que otro disparate. Pocas cosas que recordar mañana, pero al fin es como pescar: algunas carcajadas en tardes especialmente divertidas y con personas que te hacen reír con su extraordinaria lucidez.
Un mundo despreocupado, pero no del todo irreal. Un mundo sin apenas memoria, que abriga extrañas lealtades y que reacciona con una sensibilidad ajena a lo virtual, inexplicable. Que funciona a latigazos, a golpe de emociones. Un mundo de muchas razones pero de poca razón, en el que no conoces a nadie pero en el que todos nos acabamos conociendo. Un mundo raro, inventado para jugar o para trabajar pero no para querer. En el que hoy estás y mañana no, y la vida sigue sucediendo cuando refrescas. Un mundo en el que veces te topas con una bofetada de tristeza que te resulta inaudita.
Creo que necesito abrigarme.