Tres Goncourt y una guerra

Me recomendaron Calle de las tiendas oscuras, de Patrick Modiano, premio Goncourt. Me dijeron que era una historia en donde vería reflejada la servidumbre a través de un relato situado durante la ocupación alemana de Francia, en la segunda guerra mundial. Se trata de una novela que intriga, y que se sigue leyendo por ver en qué acaba la amnesia del protagonista, un hombre que busca su identidad en un pasado extraño y brumoso. Me decepcionó un poco y lo sentí tanto que quise insistir con este autor. Y fui a sus primeros libros. Acabo de terminar la Trilogía de la Ocupación (El lugar de la estrella, La ronda nocturna, Los paseos de circunvalación). Son tres libros, pero hacen los tres el mismo retrato: el de la parte más sórdida de la sociedad, la que contiene el lumpen, los bajos fondos y el mercado negro. Una cloaca repleta de gánsteres, putas y delincuentes que en época de guerra se convierten en chivatos, delatores, colaboracionistas y traidores. Criminales que convienen en mutar su crimen en una atmósfera doblemente viciada. Tres libros densos llenos de personajes desquiciados que actúan como en una pesadilla, condenados sin remedio primero por la sociedad y ahora por la Historia de una Ocupación desmitificada, esa drôle de guèrre que no fue tan drôle, y de la que es mejor no saber. Creo que ya no leeré más a este autor.

Una de las críticas que le hicieron a Modiano por su Trilogía de la Ocupación fue que él no había vivido en aquella época y por lo tanto no podía escribir sobre ella. Esa misma crítica tonta se la hicieron a Jonathan Littel por Les bienveillants (Las benévolas), otro Goncourt. Yo me malicio que el pobre Litell pena la osadía de, teniendo un origen judío, la doble nacionalidad franco-americana y viviendo en Barcelona, escribir en un buen francés. Eso, o el realismo feroz y la crueldad despiadada con los que compone el libro, en el que nos ofrece el punto de vista del verdugo, un oficial de la SS que, como Eichmann, sólo obedecía órdenes. El protagonista se pregunta, en algún momento, si el revisor que cambia las agujas cuando pasa un tren cargado de judíos hacia Auschwitz es responsable del Holocausto. Pues él es igual, un administrativo de la muerte, un funcionario del asesinato en masa, que habla del crimen con un cinismo tan descarado que pone los pelos de punta. Un hombre culto que razona e intelectualiza su participación, un hombre práctico que considera el Holocausto un error del Nazismo por lo que supuso en términos de pérdida de mano de obra y no por la insania del crimen… Es el verdugo, un canalla, pero un hombre: uno de tantos hombres que ejecutaron las ideas que unos locos, solos, no hubieran podido nunca convertir en genocidio. Alguien que cree tener conciencia porque es un hombre cultivado, pero que refleja un fondo bestial en su cobardía y en su conformismo,  y que no reconoce que termina convertido en un superviviente de su propia barbarie. He de decirles que tarde más de tres meses en leerlo, porque tenía que parar a respirar. De manera que sopesen antes de abordar las casi mil páginas del libro si les va a merecer la pena terminar con un sabor de boca no amargo, sino realmente agrio.

El tercer Goncourt cuya historia se sitúa en la segunda Guerra Mundial es HHhH, de Laurent Binet, un escritor muy joven que ha escrito un primer libro sencillamente magnífico sobre el atentado contra Heydrych en Praga en 1942. ¿He dicho sobre el atentado de Heydrych? Quizá no es tan simple. Realmente, el autor nos cuenta su propia aventura como escritor, su servidumbre hacia un relato y un personaje que le obsesiona, y gracias a esa obsesión nos ofrece un emocionante homenaje a aquellos checos que ejecutaron el atentado, un cuadro realista y vivo de aquellos años en los que Himmler tenía una cabeza que se llamaba Heydrych. Les enlazo el post de un blog amigo en donde encontrarán una muy buena referencia, mucho más completa y concienzuda que la mía. Si no lo han leído aun, hagan como yo: fíense de lo que dice este post.

Tres Goncourt y la misma, horrible, guerra.

10 comentarios en “Tres Goncourt y una guerra

  1. Gracias por la información. La WW II es un tema manido, q ha dado mucho de sí en cine y literatura, pero todo muy parcial o radical. Todo el mundo se ensaña con el malo y eleva a los «buenos» por encima de la gloria de Dios. Literatura ideológica, partidista o comercial, olvidando ceñirse a la verdad de los hechos, incluso en relatos donde la guerra pasa a un segundo plano.

    Hasta tal punto es así que tras toneladas de libros y editoriales, y millones de metros de películas y documentales, a día de hoy aún hay una gran mayoría de ciudadanos del mundo totalmente convencidos de que los nazis eran la ultraderecha. Tremendo.

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    • Pues me voy a tener que incluir entre esa mayoría de ciudadanos. Es que es lo que tienen las ideologías ultra, que te las puedes encontrar en cualquier sitio desagradable, incluso ejecutando un genocidio.

      La literatura es literatura y es buena o mala. Puede ser más o menos realista, más o menos descriptiva o estar más o menos documentada. Y eso es todo. En el relato literario, el personaje vive en el mundo que el autor construye para contar la historia del personaje. Y el lector es libre de cerrar el libro y tirarlo por la ventana si eso le hace feliz o le conviene a su epidermis.

      Gracias por tu comentario.

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      • Puedes crear historias cien por cien cosecha propia, o la puedes soportar con historia real. La parte de esa historia real de la que hagas uso para incrustar la tuya, ha de ser totalmente ajustada a los hechos, porque así la vendes y así la capta el lector. Si haces una falsa adaptación histórica para encajar tu invento, no pones ni creas nada, sino que tergiversas y confundes a lectores que no lo tengan suficientemente claro, generalmente como fin pretendido y hasta ahora muy conseguido: Pocos saben que los nazis eran socialistas. La gran mayoría cree que los nazis eran/son la derecha. Contadores y montadores de historias, titiriteros o desinformadores profesionales bienpagaos de los de toda la vida, se han dedicado premeditadamente a destruir partes esenciales de verdad, instrumentándose con cine, teatro, medios y literatura basura, para mentir y confundir, inoculando esa mentira. No me importa si eran unos u otros, pero sí me importa la verdad histórica y la de los que viven de malversarla.

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        • Tienes razón en que si haces una falsa adaptación histórica, tergiversas y confundes. Pero hay tantas películas que hacen una falsa adaptación histórica y no hacen daño… o yo creo que no hacen daño. Estoy pensando en tantas de romanos, y en tantas otras.

          Sí, los nazis eran socialistas. Y nacionalistas también. Lo más rancio, al cuadrado.

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  2. Nos autoengañamos calificando de inhumanos crímenes que no sólo no son, sino tal que resultan ser específicamente humanos. Si hablamos de crímenes cometidos en sociedad, lo normal es que los cooperadores necesarios, esas pequeñas piezas de apariencia insignificante que engranadas en el implacable mecanismo del terror lo hacen funcionar, sean personas que hasta el momento de convertirse en monstruos fueran perfectamente normales. Es lo que Hannah Arendt llamó «la banalidad del mal».

    Recuerdo un libro titulado «Las entrevistas de Nüremberg», escrito por un psicólogo americano, judío, que realizó una evaluación psicológica de los nazis que fueron llevados allí a juicio. Ni rastro de sentimiento de culpa. Y eso que eran responsables de alto nivel. Ni Göering reconocía haber sido más que un mero ejecutor de la voluntad del Fuhrer. Con que imaginemos la conciencia de haber obrado mal que podría tener el conductor del tren.

    Pero aún en esas circustancias hay gente que arrostró el peligro de no dejarse llevar por la corriente mayoritaria; que no cerró los ojos ante lo que sucedía. Y que si bien nada pudo hacer por evitarlo si al menos pueden tener la tranquilidad de no haberse prestado a colaborar. Joachim Fest lo explica muy bien en un libro autobiográfico titulado «Yo no».

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    • Claro que eran ciudadanos normales, como tú o como yo. Pero es que la banalidad del mal también consiste en hacer legal lo monstruoso, en convertir en delito la resistencia al crimen o en premiar la traición. No hay sentimiento de culpa porque se cumplen órdenes o se cumple la ley, y la moral queda a un lado. Efectivamente hay muchos estudios psicológicos sobre el asunto. Al final, todo es una cuestión de grado, en la sociedad actual no estamos libres de esto.

      Las guerras, todas, sacan lo peor y lo mejor del ser humano. Esto, por ser un lugar común, no deja de ser cierto. Y me parece que por eso se convierten en un buen abono para la literatura.

      Gracias por tu comentario.

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  3. Muchas gracias por la mención, se me había pasado este post. No sé por qué la cuenta de blogger no me enlaza bien las actualizaciones de wordpress…

    El de las benévolas lo tengo ya en la lista de espera. También tengo a la espera unas memorias de Joachim Fest que se titula Yo No en la que relata como su familia no siguió las directrices nazis y se opusieron y cómo lo pasaron.

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  4. Desde la II Guerra Mundial, todos los moralistas se han ocupado de buscar respuestas al sentido del mal que de manera tan patente y despiadada se manifestó en los campos de exterminio nazis. Hasta entonces, las guerras, siempre terribles, se habían limitado, valga la expresión, a causar estragos en los campos de batalla mientras el resto del escenario bélico sufría sus terribles consecuencias. De hecho, la I Guerra Mundial fue mucho más terrible que la II en los campos de batalla. Por lo tanto, siempre he pensado, que el horror del nazismo no fue provocar una guerra atroz, una más, sino la maldad insoportable que engendraba esa ideología perversa y sobre todo, como hizo aflorar lo peor del ser humano. Aunque también nos enseñó que en medio de tanta iniquidad podía vislumbrarse el bien.

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    • Sí. Quizá es el caso del último de los libros, aunque «el bien» es un atentado al fin y al cabo. De un ser perverso, pero un atentado.

      Gracias por tu comentario, siempre lúcido.

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