Señorío, humildad y habla castellana

El Madrid tiene señorío y el Barça tiene humildad. Y en Valladolid se habla un perfecto castellano sin que sea necesario ser instruido. Por no tener, no tienes ni que bañarte en el Pisuerga, ese río tan conveniente. Tú naces y ya hablas con absoluta perfección. Por supuesto, confundir óbice con óbito o que se te escape algún “de que” después de pensar algo no tiene la menor importancia: tú hablas un perfecto castellano, que para eso eres de Valladolid. Es lo que tiene el orgullo de pertenencia.

De mismo modo, si eres madridista, se te supone el señorío. Esos gañanes con chándal y pelos cortados a mala idea que circulan por mi barrio algún domingo de camino a Chamartín en realidad son señores que van al fútbol cómodos y que llevan el pelo de actualidad. Que alguno se sorba los mocos, fabrique un gargajo y lo escupa en la acera es un pequeño desahogo varonil sin apenas importancia. Gente con señorío, que para eso somos del Madrid. No hay más que fijarse en la bufanda que llevamos al cuello para comprenderlo.

El culé sin embargo es humilde. Esta es una virtud reciente. Más o menos desde que se lo inventó Guardiola, para ir concretando. La humildad, según el DRAE, consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con ese conocimiento. Así es que la humildad es una virtud voluntaria, salvo por esas pequeñas limitaciones y debilidades. Quiero decir que cualquiera, aunque sea un mierda, puede ser humilde, basta con que se lo proponga. Esas dosis de introspección previa y reconocimiento posterior enternecen. Enternecen casi tanto como las debilidades y las limitaciones, por fijar una referencia. En el relato de Guardiola prospera un halo de generosidad y de grandeza a cuenta de la humildad que no conviene pasar por alto. Cualquiera diría que es señorío (gargajos aparte).

Humildat no venía en el diccionario y por eso, humildemente, pongo humildad. Son debilidades y limitaciones del Drae, que debe ser de Valladolid. Las conozco porque busqué la palabra. Osea, porque me humildé por cuenta ajena.

 

En respuesta a @hyperfluo, a quien le dije que el señorío era como la humildat, pero sin melindres