No querer recordar

No quiero recordar, pero debo hacerlo. Impresiona cómo recordamos de manera precisa algunos acontecimientos de nuestra vida. Más allá del suceso, revivimos con toda nitidez lo que vimos, lo que escuchamos, lo que dijimos. Cuáles nuestras sensaciones, cuáles nuestros sentimientos, cuáles nuestras emociones.

Ya estaba guardando mis cosas en el bolso para salir de casa cuando sonó el teléfono. Parece que son muchos, oí decir a aquella voz. Cuántos son muchos, pregunté, y grité al escuchar aquel primer número brutal. Llamé desde el coche a la oficina para dar señal de mí. Me dijeron que el recuento había empezado. Al llegar al trabajo el silencio, el desconcierto, la gravedad, el miedo. Estábamos todos. Cruces de llamadas con amigos, en un nuevo recuento más temible si cabe. Madrid extrañamente vacío de coches, el silencio en la oficina, el tiempo estaba quieto y sin embargo seguía pasando. ¿Cuántos son muchos? Un golpe en el alma.

La página de Internet se había parado en un número desolador. Cuando el contador se despertó de pronto, el primer salto fue atroz. Y después, cada vez que se refrescaba, cada cinco minutos, un nuevo estremecimiento, un nuevo desgarro, un nuevo límite en el dolor. Silencio, miedo, pesar de lágrimas. No nos mirábamos, no queríamos enfrentarnos a nuestra pena ni al dolor horrorizado de los que nos rodean. El contador sigue subiendo como un puñal aterrador que se hunde en la herida sin poder encontrar el límite. Duele tanto… ¿Cuántos son muchos? Aunque sólo sea uno, el alma se rompe.

Yo recuerdo con nitidez aquella oficina y aquel comedor silencioso. Y también recuerdo perfectamente las miradas extraviadas por la tristeza de los conductores en sus coches. Yo recuerdo con nitidez aquel abrazo sentido al llegar a casa. Y la profunda pena, el profundo dolor, el llanto desconsolado. Nadie en aquel primer recuento, pero alguien en aquel segundo, en aquel tercer recuento. Y el cuánto se convierte en quién: el hermano de aquella vecina, el suegro de aquel compañero, el sobrino de ese conocido. Son las vidas que fueron, son las almas rotas: el marido de aquella mujer, el hijo de aquella madre, la hija de aquel padre, el padre de aquel hijo. Son ellos. Y son nuestros.

Y esto es todo lo que no quiero recordar hoy, pero debo.