Contabilidad, ese lío

Yo nunca fui mala estudiante, aunque tampoco formé parte del club de los gafotas, salvo en algunas asignaturas muy concretas. Sin embargo, durante la carrera, hubo una asignatura que se me atragantó y que hoy en día, muchos años más tarde, sigue siendo un sufrimiento para mí. Se trata de la Contabilidad, algo que aparentemente es muy facilito, excepto cuando no cuadra. Yo con la contabilidad tengo el mismo problema que con los toros. A ver, cuando hablamos del pitón derecho ¿Es el cuerno derecho respecto al toro o al torero? Y me dirán: es lo mismo, porque el cuerno derecho del toro pasa por la derecha del torero. Pues depende, porque en el pase de pecho no y si le cita de espaldas tampoco. Y ya no digamos cuando el toro le pega un revolcón al torero, que entonces el pitón derecho se lo ve pasar el torero por la coronilla.

Con la Contabilidad me pasa algo parecido. ¿De qué pago hablamos, a ver? ¿Del que hago yo o del que me hacen a mí? La convención es que tú haces un pago a un proveedor, y un cliente te hace un pago a ti. Hasta ahí bien pero si yo he pagado por comprar cien jamones y sólo he vendido uno ¿A que no cuadra? Y como no cuadra, entonces empezamos a inventarnos cosas: que si activos, que si pasivos, que si valor contable, que si patrimonio, que si el fondo, si el inmovilizado, si las mercaderías, si los asientos, si el mayor, si el diario, el balance, la obligación, la letra, el descuento, que si el dividendo a cuenta, si el capital, si el circulante, el no circulante, el paralizante… Qué barbaridad, hasta que llegamos al saldo y al efectivo, esto es una pesadilla.

Así es que, cuando el toro sale, lo único que se me ocurre decir es aquello de «que Dios reparta suerte».