Idiomas (II)

Hace no demasiado tiempo, por razones de trabajo tenía que ir con cierta frecuencia a Munich. Les diré, antes de continuar con esta historieta, que nunca he llegado a comprender muy bien cómo los alemanes logran entenderse entre ellos. Mi secretaria, una alemana realmente encantadora que hablaba francés, inglés, italiano y algo de español, me fascinaba cuando hablaba con su madre por teléfono. Y cuando colgaba, yo siempre le hacía la misma pregunta:

– ¿Tú crees que ha entendido algo de lo que le has dicho, Daniela? – Y me contestaba, paciente: «mais bien sûr, Carmen, ne t’inquietes pas«.

Cuando tenía que hacer noche siempre iba al mismo hotel, un establecimiento pequeño, pulcro y muy serio cerca de las oficinas. Un domingo lluvioso de invierno aterricé en Munich. El vuelo había cogido algo de retraso y ya era medianoche cuando llegué al hotel. Munich no es una ciudad triste, y además ese barrio era muy céntrico. Y para mí que un poco disipado, por decirlo fino. Pagué el taxi y entré en la recepción. «Buenas noches, tengo una reserva«.

Herr recepcionista me miró. No esperamos a nadie ya, no puede tener una reserva. Un listo, pensé. «Mire el ordenador, Jimenez con J«. No se inmutó: a esas horas ya no hay fichas, no hay ninguna reserva para esta noche, Madam. Saqué los papeles de Daniela y se los di. Buscó en el ordenador, con fastidio. «Su reserva es para mañana, Frau Jimenez, tendrá que buscar otro hotel». Antes de pensar ni siquiera en discutir, mucho menos salir de nuevo bajo la lluvia a aquellas horas y por aquel barrio lleno de cartelitos rojos de neón, saqué el teléfono y sin ningún miramiento, llamé a Daniela.

– Daniela, arréglalo por favor. Entre alemanes os entenderéis mejor las amenazas.

Al día siguiente, el tipo antipático aquel ya no estaba. Mientras hacía el check out, Frau Gobernanta empezó a parlotear explicaciones. Una confusión. Herr Direktor quería disculparse, porque la empresa y yo misma éramos clientes preferentes del hotel.

Primero recibí una carta muy larga en alemán a mi casa en Madrid. Después, por correo electrónico, algo que parecía una encuesta, aunque no sé qué me preguntaban. Cada quince días, más o menos, recibo en el buzón folletos del hotel aquel y en la bandeja de entrada de mi mail de la oficina ofertas, supongo que arrebatadoras.

Aunque ya no es mi secretaria, llamé a Daniela para que me dijera cuál era el botón del mail para darme de baja. Me parecía absurdo figurar entre los clientes de aquel hotel porque si algún día vuelvo a Munich no iré a ese hotel, porque no iré a ese barrio.

Hice click.

Sigo siendo cliente preferente del hotel.