La mitad de la semana

Pues que aquí me tienen, un jueves, y con la cabeza del revés a ver qué les cuento. El lunes tenía la cabeza del revés por otras razones y me la enderezó Melody Gardot, y luego he ido transitando martes y miércoles con el único aliciente de sus amabilísmos comentarios. No crean que no me han sucedido cosas, pero ciertos temas de los que podría hablar con conocimiento de causa, y que podrían ilustrarles en la vida y servirles de guía y consejo, me los tengo prohibidísimos. A cambio, peno con el riesgo de aburrirles. Un riesgo que, por cierto, es sólo suyo: yo ya sé lo que he escrito antes de releerme.

Podría contarles que me han subido la Contribución hasta dejarme sin respiración. O que me he quedado sin batería en el coche, y he tenido que dejarlo en la oficina. O que el libro que me estoy leyendo me tiene, a partes iguales, intrigada y decepcionada. O que mi profesor de inglés me ha hecho repetir cantando «how long does it take to» durante media hora. O que no hago más que mandarle mensajes a la Sra Christine Lagarde (presidenta del FMI) en Twitter y no me contesta. Y es que me tiene preocupadísima, la Lagarde, porque no publica un tuit desde el 26 de septiembre. O que no sé cuándo ni dónde he perdido un cristal de las gafas, porque me he dado cuenta de ello tres horas después de llevarlas puestas. O que he descubierto que el olor profundo de la transpiración añeja puede alcanzar un radio de tres metros, con mesa de por medio. O que quizá ambos hechos, estar concentrada en no respirar y perder un cristal de las gafas, pueden tener alguna relación. 

Les dejo, que tengo una llamada telefónica. A ver si mañana me animo y les cuento algo de interés.

11 comentarios en “La mitad de la semana

  1. Bueno, te juro que me has hecho reir, lo del cristal de las gafas creo que es lo mas preocupante, lo demás menudencias y probablemente haya sido por esos olores añejos que te estarían produciendo daños muy serios en todos los sentidos.
    Ánimo que mañana si no recuerdo mal es viernes.

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  2. Conozco a una a la que se le volatilizaron las gafas en una gasolinera. Un misterio digno de Jiménez del Oso. Lagarde entre que vive en un avión y que debe echar muchas horas en el vestidor para elegir que complementos le van bien al traje negro – siempre es negro como el horizonte financiero, – por el que ha optado, no debe tener tiempo para nada más.

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  3. ¿No te contesta la Lagarde?

    No te preocupes, ahora mismo le envío un mensaje por el facebook y lo arreglo. 😉

    Vaaaa, cuéntanos eso tan interesante del que tienes conocimiento de causa y te tienes prohibidísimo. A mí, al menos, me tienes intrigadísimo.

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  4. ¿En una gasolinera? ¿las gafas eran necesarias para conducir???

    Lo de la Lagarde me tiene flipada. ¡Tiene 18.000 seguidores… de nada! Y viva está, que la he visto ayer en una foto. A mí me parece que tiene estilo. Y eso que es feota. A ver si hay más suerte a través del Feisbuk, a ver.

    Estoy leyendo Calle de las tiendas oscuras, de Patrick Modiano. Un Goncourt, ni más ni menos. Y me está decepcionando porque creía que iba de otra cosa, y de momento, es una novela de intriga y poco más.

    Pater, yo no he dicho que lo prohibidísimo sea interesante… Una guía para la lavadora es ilustrativa y útil, pero ¿Lo pondría vd en un post? Bueno, tú pones folletos del supermercado, pero tú eres un paterfamilias serio. Hazte cargo. Si lo fuera, se lo contaría.

    Buen finde, Tomae.

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  5. Rectifico. Las instrucciones sobre cómo poner un lavavajillas pueden dar para un post y más.
    Cambio mi ejemplo por el de… mmmmm…. hablar sobre la cotización de derivados (espero no tener que rectificar de nuevo)

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  6. Aunque tarde le cuento que sí que en la gasolinera al lado de casa, una de esas pequeñitas que tienen la inmensa ventaja de que un empleado pone la gasolina a tu coche y no tú mismo (¡qué es un coñazo!), mis gafas desaparecieron como por ensalmo.

    Aún no sabemos que ha pasado y cada vez que voy a repostar el empleado de la gasolinera me pregunta ¿seguimos sin noticias?

    Como den señales de vida se lo cuento a pesar de que las cosas de miedo no le gustan. Amí tampoco.

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