Tirando a dar… o no

– ¿En la industria de armamento dices? Mal rollo ¿no?

–  Bueno, no, porque yo trabajaba en una empresa que fabrica armamento inteligente. ¿Tú sabes qué es el armamento inteligente?

–  Sí, claro. Te refieres a un pepino que se lanza desde una cueva remota y que no acaba de dar en el blanco por culpa de las acrobacias que hace James Bond entre las nubes con un avioncito robado previamente en un desierto a unos tipos muy sucios que gritan en chino, ruso o árabe…

–  Eso es. Pero ten en cuenta que también hay que fabricar cosas que eviten el daño que puede producir el pepino al avión de los buenos.

–   ¿Como un contra-pepino, quieres decir?

–   Exacto. Lo mejor es lanzar un contra-pepino a tiempo para evitar el pepino de los malos.

–   Pues no sé… Tú imagínate que el malo tira un re-contra-pepino que ataca al contra-pepino y lo deja sin efecto.

–   Pues en ese caso, se fabrica un anti-re-contra-pepino para asegurarnos de que James Bond se salva y ya está.

–  Pero, espera… El anti-re-contra-pepino no se puede poner en el avioncito en el que va James Bond…

–  ¿Y por qué?

–   ¡Pues porque se lo ha robado a los malos!

–    Ahí va, es verdad… Mal rollo ¿no?

(Para MS, que me deja inventar)


Mal de escuela

Entre tanto lío de cifras, reivindicaciones, brochazos y mamarrachadas, yo empiezo a aburrirme. Por si acaso Vds también están aburridos de esta barahúnda, les recomiendo leer un libro delicioso, «Mal de escuela», de Daniel Pennac.

Daniel Pennac fue un mal estudiante de pequeño. Un burro. Un zoquete. Ahora es maestro. Después de mucho esfuerzo. Después de encontrar el interés por aprender. Después de que un profesor de verdad – no consigna cuántas horas lectivas trabajaba – le ayudara. Ahora enseña a niños y a adolescentes. A los que son brillantes y a los que son unos zoquetes, como lo fue él.  A los que van para primer violín y a los que tocan el birimbao, que de todo pide la armonía. Consciente de que hay que nutrir de buenos músicos tanto la Filarmónica de Viena como el Orfeón Municipal del pueblo. Porque sin saber tocar el instrumento y sin conocimientos de música, ninguna orquesta (nuestra sociedad) tocará bien.

Es un libro de pocas páginas, unas 250 en edición de bolsillo. Pero tiene tamaño suficiente para dar con él en la cabeza – y que duela – a todos los bocazas que están de cháchara sobre este asunto de la educación últimamente. Los que nos hacen perder el tiempo discutiendo sus tontadas a grito pelado y que se pierden en la defensa de sus intereses, y al final se confunden de enemigo.

A todos. Por zoquetes.