Arden Fiestas

Pues sí, arden fiestas en el poblachón.

Lo primero que debería avisarte es un gran cartel luminoso a la entrada del pueblo, con un “Felices Fiestas” ciertamente rococó. Es el mismo cartel que otros años, y de esto no puede haber dudas puesto que no lo descuelgan después de fiestas. Así ya les vale para la Virgen de Agosto y para las Navidades. No lo quitan en todo el año y no sé por qué lo hacen, si es porque hace frío, porque no tienen dinero, o por pura vagancia. Para mí que se les olvidó el primer año y luego han interiorizado de tal modo la presencia del cartel que ya lo consideran parte del paisaje, como los pinos más o menos. Por cierto, que el cartel se ve mejor de día que de noche, porque no lo encienden y las farolas en el poblachón suelen estar de cuerpo presente y basta. Ahora que lo pienso: tal vez si quitan el cartel se les caen las farolas que lo sujetan. Humm, tengo que investigar este asunto…

El resto de los eventos festivos permanecen también inmutables a lo largo del tiempo, salvo por el florecer del chándal como vestimenta distintiva de psgfdftfhmpuaf(1) desde hace unos años (en fiestas algunos incluso le dan un planchadito y así aprovechan el apresto que sin duda le confieren las pelotillas en rodillas y coderas). Por lo demás, las variaciones las pone cada uno con el devenir de la edad. La salida del Cristo entre sentidos aplausos, los fuegos artificiales, los comentarios sobre los fuegos artificiales de este año, las comparaciones con los fuegos artificiales del año pasado, la tómbola, los puestecillos de imitaciones, el vendedor ambulante que lleva cosas horripilantes que tú consideras inconcebible que nadie pueda comprar (hasta que te encuentras con cinco chavalas con gafas y diademas de lucecitas azules y rojas) e incluso los nombres de las peñas con los anclajes culturales que refieren (informe semental, el ovario de Patricia, Saber y beber, Akuna Cubata).  Y, por supuesto, el Tachunda.

El Tachunda es el evento casi obligatorio en las fiestas del poblachón. Siempre ha hecho frío, de manera que como llegues directo de tu casa (sin meterte media botella de vino y un par de chupitos en la cena) no entras en calor ni aunque te pongas a hacer volteretas laterales en medio de la plaza al ritmo de una ranchera de Rocío Dúrcal. Por supuesto, los calcetines están prohibidos, de manera que tus tobillos quedan preparados para resistir incluso un agradable paseíto por San Petesburgo una tarde de Noviembre. Pero ahí estamos, haciendo los coros a una orquesta por lo general espeluznante: Francisco Alegre (este año nos lo han “interpretado” dos veces), y después de un par de pasodobles y Rocio Jurado (que muera el amor), continúan con un popurrí del Duo Dinámico, el Sarandonga,  Conchita Velasco y, sin solución de continuidad, cuando ven que los niños ya se han ido, se lanzan con Alaska. Con el follow the leader llega el momento en que los “intérpretes” comprenden que los escalofríos provienen de la temperatura y no de que ellos canten peor de lo normal, así es que se ponen a dirigir el baile. Es cuando dicen aquello de “Venga, poblachoneros, esas manos arriba ¡que nos vean los del Meteosaaat!”.

Al día siguiente, una manada de bisontes correteando por tu cabeza te recuerda dónde dijiste el año pasado que no había que ir porque daban garrafón.

Señor…

(1) No tengo palabras