El cocinero, el fraile y el muro de hormigón

Alguien me decía hoy que haber sido cocinero antes que fraile es una ventaja. Pues no sé. Creo que sólo vale si sale un buen fraile, pero si sólo demuestra que es un buen cocinero, no hay garantías. Y mejor no correr riesgos para según qué posiciones.

Es bastante corriente encontrarte con un magnífico comercial metido a gestor. A maestros del análisis inventando estrategias, a operacionales resultones liderando proyectos de envergadura, a concienzudos contables dando formaciones y a formidables creativos preocupados con el presupuesto. Y a veces sale, pero a veces no, y entonces el cocinero no es que no «crezca», es que deja el convento lleno de rebozado y con olor a pulpo. Y luego hay un muro de hormigón que es tu carácter, tu personalidad y tu inteligencia. Hay cursos que son pérdidas de dinero y de tiempo. Tú puedes ser un crustáceo con una gran visión de futuro, pero eres un crustáceo. Eres un crustáceo antes y después del cursillo de liderazgo, no vale engañarse. Yo conocí a un tipo que dio un curso de management y luego felicitó a una compañera por haber hecho una fotocopia. Le dijo, con acento dramático y colorado como un tomate: “Bravo, Inés, ¡Bravo!”. Ahí lo tenéis: amaestrado para felicitar, pero crustáceo.

No se puede pretender que una lechuga aporte las mismas proteínas que un filete de solomillo. Es ir directo contra el muro de hormigón. Si el cocinero no cree en Dios, mejor dejarlo entre perolos porque buen fraile no será. Será un lechuguino o un pedazo de carne, pero no un buen fraile.