Caras

… El color de su cara era como el del hierro puesto al rojo, muy semejante al de las monedas de cobre de cinco kopeks. Ya se sabe que en el mundo hay muchas caras como ésa, que la Naturaleza forjó sin pensarlo mucho, sin recurrir a herramientas delicadas como la lima, el punzón y demás, sino que las hizo a hachazos: descargó un hachazo y salió la nariz, de otro salieron los labios, con una barrena gruesa le taladró los ojos y, sin entretenerse en pulir su obra, la lanzó al mundo diciendo: ¡Vive!

… Iván Antónovich parecía tener muy cumplidos los cuarenta; su cabello era negro y espeso; todo el centro de su cara adelantaba para formar la nariz, era, en una palabra, lo que se suele conocer como «cara de jarro»…

… Hay que decir que sus compañeros de oficina se distinguían por su fealdad y su aspecto desaliñado. Sus caras parecían a un pan mal cocido: un carrillo les abultaba por un lado, el mentón tiraba por otro, el labio superior les colgaba como una ampolla que, para colmo, se hubiese rajado; en una palabra, eran lo que se dice feos de remate…

Páginas 122, 190 y 312 de Almas muertas, de Nikolai Gógol

Una historia del cambio de hora

Esta noche cambian la hora. Hace cinco años por estas fechas, cuando vivía en Paris, vinieron a pasar un fin de semana unos buenos amigos de Madrid. Habían venido ya otras veces, pero sólo pisamos mi casa para dormir, un ir y venir de acá para allá. Ya saben vds, París, oh, París, oh, la, la y todo eso. La cuestión es que yo ese lunes me iba a Colombia, a un viaje que no era de los normales, sino que era una misión de estudio con bastantes personas. O sea, que no se podía cancelar y poner para otro día. Mi vuelo salía a una hora razonable, y yo había quedado en que me recogiera un coche a las 8 y media, iba como siempre con la hora muy justa. A eso de las 8 y cuarto, me llamó una compañera para pedirme que le sacara la tarjeta en la máquina porque se iba a retrasar. Al decirle que estaba en mi casa terminando la maleta me dijo algo como que iba a perder el vuelo. Y pensé: ya está esta M. con sus exageraciones y con sus prisas…

Me despedí de mis amigos y salí al portal. El chófer estaba muy agitado. Me decía que llevaba una hora esperando, que uno de los dos se había equivocado, que a qué hora era mi vuelo. El gesto de mirar el reloj para contradecirle y mi cara le obligaron a decir algo que, todavía hoy, le debe parecer increíble:

– Cambiaron la hora el sábado, madame. ¿No se ha enterado?

El resto de la historia es una sucesión histérica de llamadas, un llegar a Roissy para comprobar que mi vuelo estaba cerrado, una vuelta a la oficina para que Daniela me encontrara una solución, un vuelo de escala a Madrid para enlazar con otro de Avianca (¿Han volado alguna vez con Avianca? Pues tiene un business de lo más ye-yé) y una llegada a Bogotá un poco avergonzada y el cachondeíto de los franceses que estuvieron recordándomelo mucho tiempo cada vez que me citaba con ellos.

– ¿Horario de invierno o de verano, Carmen?

No me olvidé, claro, de mis amigos, a los que había dejado en casa desayunando tranquilamente con todo el tiempo del mundo para su vuelo a Madrid de media mañana. Y aunque me costó un poco convencerles de que no era una broma, sacaron el tiempo no sé de dónde para cambiar las sábanas y dejar recogida la cocina. Tal vez no les vino mal, como a mí, un poco de marcha para compensar un fin de semana en el que nos habíamos olvidado del reloj y del mundo.

Y de las tonterías que hacen los gobiernos para complicarnos la existencia…

Mi madre hace glu-glú

respirador-glu-glu-unmundopHace muchos años, diez o doce, mi madre roncaba como una leona. Eran unos ronquidos sin ritmo ni cadencia, como enfurecidos, casi rabiosos, disparatados, atigrados. Yo tenía que cerrar su puerta y algunas noches también la mía porque aquello era un sinvivir. Cuando íbamos de viaje, cogíamos dos habitaciones individuales, porque si no, no había manera de pegar ojo. Entre respiraciones fuertes se intercalaban unos «grroouunnnjjjj» expansivos, inhumanos, que cesaban súbitamente para luego volver a aparecer.  Yo no me explico todavía de dónde sacaba aquellos sonidos…

Yo se lo había dicho mil veces pero no me hacía caso. Según ella, yo era una exagerada. Por medio, y sin que nadie lo relacionara, se quedaba dormida en cualquier sitio y de cualquier manera. Lo notabas porque sonaba el león, grraujj, cuando menos te lo esperabas. Hasta que mi sobrina pequeña vino un día a dormir y mi madre le preguntó. Y se convenció. Así es la vida y sobre todo, así es mi madre, señores: no me hacía caso a mí, una mujer con treinta años bien cumplidos y sin ningún problema de oído, pero escuchaba a una enana de cinco. Y se fue al médico.

La pusieron en observación un par de noches, llena de cables y de aparatos. Cuando a la mañana siguiente le preguntaron, mi madre dijo que había dormido «sin problema». Los aparatos decían, sin embargo, que se había despertado un montón de veces en ocho horas, y que había estado, en algunos momentos, hasta dos minutos sin respirar. Lo que se llama apnea del sueño. Así es que le pusieron un aparato para dormir. El aparato es un respirador, un cacharro del que sale oxígeno con una mascarilla con la que mi madre tiene que dormir. Si te la encuentras por la noche en medio de la casa, puedes ver a una especie de elefante con trompa recortada por el pasillo, porque se desconecta del cable, pero no se quita la mascarilla. La primera vez sobrecoge un poco, aunque luego al ver que no barrita (y sobre todo, al comprender que es tu madre), ya se te pasa.

Y ahora ya no ronca: hace glu-glú.

Mi amiga Susana

Mi amiga S. es una ávida lectora de blogs. Lee uno: el mío. No todos los días, por supuesto. Calcula cuándo habré escrito varios post, y entra y lee todo lo que tiene pendiente. De arriba abajo, según me dice. Y luego me critica. Me critica a mí y a vosotros. Y si os tuteo es porque me refiero vosotros, queridos comentaristas. Y no creáis que nos critica tímidamente, o que utiliza algún tipo de metáfora, o imagen, o elipsis, o algo. No, no. Nos critica abiertamente y con mucha gente delante. Y esto lo hace porque es una bruja malvada que me quiere hundir, a mí y a vosotros. ¡A todos, nos quiere hundir a todos!

La crítica que me hace a mí es variada. Para empezar, me afea que no actualice todos los días. Ella espera leer cada lunes siete post. Siete. Y se encuentra con que hay lunes que sólo hay uno nuevo. Uno. “¡Vaga, que eres una vaga!”, me dice, tronante. Además de esto, me critica que no sea objetiva ni exhaustiva. O sea, que dé mi propia versión de las cosas y que además no lo cuente todo. A esto yo le suelo contestar que abra ella su blog y cuente las cosas como le parezca a ella, pero me contesta (es muy contestataria) que no, que para eso ya estoy yo. Anda, toma lacasitos. Y finalmente, me dice que cuando hablo de libros aburro, cuando hablo de fútbol aburro más y cuando cuento cosas de mis perras me pongo de un cursi insoportable. También me dice que las cosas de la oficina las cuento con mucha cobardía y me aconseja que no hable de política porque se me nota que soy de derechas. Y ahí yo protesto, porque yo no soy de derechas, y mucho menos desde que gobierna “eso” que nos está gobernando.

Pero luego os toca el turno a vosotros, queridos. Según ella, sois unos pelotas. Sí, unos pelotas, porque entráis todos a comentar que estáis de acuerdo, y qué razón tengo, y qué graciosa soy, y qué interesante todo eso que pongo. ¡Pelotas, vendidos, truhanes! Aparte de que no lo entiende. En su comprensión monobloguera, deberíais todos criticarme y oponeros. Y yo le explico que me parecen muy normales los comentarios, porque si sigues a alguien es porque te mola lo que escribe y que si no, pues no le sigues, que para eso la blogosfera es un lugar libre y medio anónimo. Y entonces entra en pérdida (de razón) y es cuando me dice que mejor cierre los comentarios, porque ella se los lee todos esperando que me déis caña y siempre acaba decepcionada. Y en cuanto a mis respuestas, también lo tiene claro: soy una pavisosa y parezco medio tonta.

Y para que no falte de nada, me acusa de cortar los comentarios en contra y no dejarlos pasar. Cuando le digo que no, que sólo he borrado un comentario en la vida y que fue porque era una procacidad me mira con sospecha y me dice: “ya, ya, pero puedes borrarlos ¿no?». Incluso ha llegado a insinuar que os pago. ¡Y hasta que me comento a mí misma! (bueno, esto último lo dijo al final de la cena, y la botella ya sólo tenía de utilidad el reciclado de vidrio). Pero en fin, no os preocupéis que no sabe lo que es el blogrol, y además, no tiene ni memoria ni habilidad para identificar vuestros nombres con el título de vuestros blogs, así es que no se pasará por vuestras casas para meterse con vosotros también.

Le he pedido que comente ella, y me dice que sólo lo hará cuando me dedique a hablar de la menopausia, que seguro que tengo mucha gracia. Y es que es muy buena amiga, pero cabrona como ella sola… En fin, queridos amigos, dejo abiertos los comentarios. ¡Y no digo más!

El cocodrilo de la laguna

Que en unas lagunas de Mijas han visto un cocodrilo. Bueno, lo ha visto un joven que, sin pensar más, se fue corriendo a contárselo a unos amigos. Y después se lo contaría a alguien de menor confianza, aunque de mayor utilidad. El Seprona, me supongo. Y parece que sí, que han encontrado unas huellas que se parecen a las de una lagartija, aunque se ven sin necesidad de lupa.

Yo no pongo en duda que haya un cocodrilo en Málaga. Cosas más raras se ven en España, no hay más que ver algunos programas de la tele. Y también me creo que se hayan traido el cocodrilo de cualquier país exótico en el que encontrarse con uno de estos bichos en un rio sea la cosa más normal del mundo. Hay gente para todo. Lo que no me parece bien es que, ahora, los que nos conformamos con tener un perro, o ninguno, y que hasta nos parece que criar un hámster es una extravagancia, nos podamos encontrar ni más ni menos que un cocodrilo (con unas mandíbulas llenas de dientes) a poco que se nos ocurra acercarnos a unas inofensivas pozas a dar un paseo. No sé qué pensarán vds, pero a mí me parece muy incómodo si te lo piensas y muy espeluznante si te lo encuentras.

Hay que encontrar al irresponsable que ha dejado ese bicho suelto así, sin más, dans la nature. No sé si para ponerle una multa o para que se lleve al cocodrilo a su casa, pero hay que ponerse serio con estas cosas. No será fácil pillarle (no hay que contar con el testimonio del cocodrilo, desde luego), aunque yo buscaría a un manco. Pues sí, a un manco. Porque yo me imagino robándole a una cocodrila a una de sus crías, y me da que en la primera tentativa te arranca el brazo. Y luego, mientras se lo está merendando, ya sí, ya uno puede robarle el cocodrilito y salir corriendo con él al puesto de socorro más cercano. Y de ahí al aeropuerto, sin más.

Qué cosas.

Un trou dans la raquette

Un trou dans la raquette es un agujero en la raqueta.

(traducción libre) … Carmen pide que clarifiquemos los datos y los validemos porque no quiere llegar a la reunión y encontrarse con que tiene un agujero en la raqueta…

Debo aclarar que yo no utilicé esa expresión, sino que es la interpretación gráfica con la que un francés – uno cualquiera, son tantos los que agitan mis emociones… – ha querido describir mis temores. Naturalmente, al verme citada en una imagen tan poco heroica, acudí a mi querida E., que conoce una web mágica en donde se descifran estas cosas para evitar falsos amigos:

– Pero estos franseses utilisan unas expresiones que yo nunca he oído…

Ya con la certeza de que la expresión significa lo que parece (que me puedo encontrar con sorpresas inesperadas que me impiden lograr el efecto que quiero), decido apropiarmela y usarla en cuanto pueda. Y es que la imagen del agujero en la raqueta tiene un cierto tono cómico, incluso poético, que te permite avisar sobre cosas muy obvias exculpando de entrada y con cierta elegancia las habilidades de los que pueden meter la pata. Pero… en una reunión con españoles, la cosa cambia.

– ¿Un agujero en la raqueta?

– Sí, a ver, es una expresión. Tú imagínate que estás en medio del partido y ves llegar la bola. Así es que preparas el cuerpo, el gesto, las manos, para dar el golpe de drive definitivo desde el fondo de la pista. Sabes hacerlo, es un golpe ganador. La bola llega a tu altura, accionas el brazo, ¡ZAS!, lo descargas y… hoops… la bola traspasa la raqueta y tú la buscas delante de ti, en medio de un gran desconcierto. Y mientras tanto, la bola está botando a tus espaldas…

– Huy, hija, pero si a mí eso me pasa mucho y sin necesidad de agujero en la raqueta. Pues anda que no me he dejado yo muchas veces el hombro jugando al pádel, que intentas darle a la bola y acabas dando vueltas sobre ti mismo como una peonza…

La historia del señor Sommer

Aquella noche, en la cama, esta extraña palabra me daba vueltas a la cabeza: claustrofobia. La repetí varias veces para que no se me olvidara. « Claustrofobia… claustrofobia… El señor Sommer tiene claustrofobia… Esto quiere decir que no puede quedarse quieto en su habitación… Y, como no puede quedarse quieto en su habitación, tiene que andar siempre de un lado para otro… Porque tiene claustrofobia y ha de estar siempre al aire libre… Si «claustrofobia» es «no poderse quedar en la habitación» y si «no poderse quedar en la habitación» es «tener que estar siempre al aire libre», entonces «tener que estar siempre al aire libre» es claustrofobia… por lo tanto, en lugar de utilizar una palabra tan difícil como claustrofobia, se podría decir, simplemente, que tiene que estar siempre al aire libre… Y cuando mi madre dice: «El señor Sommer ha de estar siempre al aire libre porque tiene claustrofobia», debería decir: «el señor Sommer ha de estar siempre al aire libre porque ha de estar siempre al aire libre…»»

Página 42 de La historia del señor Sommer, de Patrick Süskind, un precioso cuento en una preciosa edición con ilustraciones de Sempé, que me regalaron el sábado mis queridos José Luis e Isabel y que me ha encantado.

La historia del señor Sommer unmundoparacurra

Ropa tendida

Lo siento, mi amor pero hoy te lo voy a decir aunque pueda faltarme el valor al hablarte a la cara. Lo siento, mi amor, pero ya me cansé de fingir y pretendo acabar de una vez para siempre esta farsa. Lo siento, mi amor, lo siento, mi amor, lo siento, mi amor.

Hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo, que mi cuerpo no tiembla de ganas al verte encendido. Y tu cara y tu pecho y tus manos parecen escarchas, y tus besos, que ayer me excitaban, no me dicen nada.

Bien. Llegados a este punto, creo que conviene parar a decir algo. Este último párrafo, más que una ordinariez, que también, es que es algo muy impropio de una señora. Yo no creo que haya necesidad de decir estas cosas a nadie, que la gente tiene su corazoncito. Si no te mola, pues haces la maleta, agarras la puerta y te vas, pero no le digas esas cosas, mujer. Y si ya me parece una bajeza y un detalle muy feo que le sueltes esto al pobre hombre, ya lo último es que encima te pongas a cantarlo por el patio. Y luego ese lenguaje: ¡Verte encendido! Por favor, ¿Qué le decimos a los niños que están en el salón? ¿Que tu marido es un gusiluz?

Y es que existe otro amor que lo tengo callado, callado; escondido y vibrando en mi alma, queriendo gritarlo. Ya no puedo ocultarlo, no puedo callarlo, no puedo y prefiero decirlo y gritarlo a seguirte fingiendo.

¡Amiga, así es que era eso!… ¿O sea, que le pones los cuernos y luego le echas la culpa? Pero, a ver, querida, si estás pensando en el vecino del cuarto ¿cómo no te va a parecer que acostarte con tu marido es como acostarse con una farola? Entonces, primero que la culpa no es suya, y segundo, que no me parece ni medio bien que le pongas pimpando y le dejes de cara al público como si te abrazaras al palo de una escoba, cuando a lo mejor el caballero tiene intacta su capacidad de hacer el salto del tigre un par de veces cada madrugada. O sin llegar a eso, que hace sus esfuerzos por cumplir honrosamente, oye, que el que da lo que tiene no está obligado a más. Pero tú, nada, le sueltas esa coz y encima, ¡hala, a gritarlo por el patio!

Qué cosas hay que oír de vez en cuando.

Rocío Jurado (qepd): un portento de voz y también de mal gusto para elegir canciones.

Postear por postear

Realmente, está el distrés y el eustrés, como saben vds. O como tal vez no sepan, que en esta vida no hay que dar nada por sabido. Y luego está la procrastinación, que yo durante un tiempo he confundido con la emasculación sin, naturalmente, entender nada de lo que me estaban contando, lo que me sitúa a la altura de ese profesor que ha confundido el crepúsculo con el escrúpulo y que se ve que tampoco entendió bien el examen que le estaban haciendo.

Este arranque incomprensible del post me devuelve a  lo que yo recuerdo como mis mejores épocas de Un mundo para Curra, en las que me sentaba frente ordenador entre dispersa y sorprendida, sin saber muy bien de qué iba a hablar y con el único objetivo de dejar que mi cabeza se vaciara sin tener que perder la consciencia. Ese es mi descanso, cuando la cabeza se alivia de todo el ruido que se va acumulando en la jornada y suelta el torrente de ideas que va dejando sin ordenar. Un poco como una presa que desembalsa, pero sin estruendo. Y sin humedad, claro. El otro camino para que las ideas reposen y se vayan colocando en su sitio, y se jerarquicen, y se desechen, y se escondan en un recoveco para después contribuir como una tesela más en el mosaico del pensamiento, es el sueño, aunque para aprovecharlo haya que perder la consciencia, algo que siempre me ha parecido una especie de peaje ineficiente de la imaginación. Aparte de que dormir para dejar descansar al cerebro es un camino que utiliza todo el mundo, incluso aquellos que no presentan ningún motivo para el cansancio, lo cual, además de no tener mérito, demuestra que dormir mucho y ser un genio no tienen ninguna correlación.

¿Por dónde iba? No sé. No sé de qué quería hablarles hoy. De que tengo mucho trabajo no, porque mi racional me dice que al final es todo una cuestión de organización, de anticipación y de orden, y mi experiencia sabe que hay que dejar que el barullo repose, que hay que esperar a que todos los caminos abiertos empiecen a resultarnos familiares para que no perdamos el tiempo consultando un mapa y que la costumbre, hasta que toma holgura, es un reposo en el que poder afianzar la valentía.

Oigan, qué bonito esto que acabo de escribir ¿no? Será que he dormido bien. A ver si mañana me animo y les hablo de algo que haya apuntado en mi moleskine de colores. Y resuelvo, de paso, su utilidad.